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Su infatigable Consejo Directivo se pasó el fin de año cavilando sobre la inmortalidad de la antropología, en terco optimismo contra los repetidos diagnósticos de que se encuentra agonizante. Si ha de revivir de entre sus tepalcates, como el Ave Fénix, tendrá que verse transformada. Y para ello seguiremos aplicando choques culturales dosificados para revivirla.
El fin de año 1984 y el principio de 1985 nos sorprendió en un país con una renovada espiral inflacionaria que reaviva los peligros de una crisis política y social ampliada. Los intermediarios del abasto de carne desafían al gobierno, los asesinatos de campesinos siguen en la Huasteca y tantos lugares más, los salarios de los trabajadores ya no alcanzan para nada. Los antropólogos sociales conocemos bien todo esto, los estudiamos y analizamos, y sobre ello tenemos un conocimiento mas real que muchos otros comentaristas que se pronuncian en el ámbito público. ¿Qué podemos proponer en relación a todos estos sucesos, tanto soluciones inmediatas como enfoques a largo plazo?
Si alguna vez ha necesitado el país de nuevos rumbos en el pensamiento social, en el análisis político, y en propuestas para un proyecto nacional, es ahora. ¿No sería el momento de ponernos a pensar en público los antropólogos sociales y etnólogos?