La antropología visual y el cine etnográfico en México

 Antonio Zirión Pérez

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

En México, la práctica de lo que hoy llamamos antropología visual, es decir, el ejercicio de la mirada y la imaginación antropológicas a través de la fotografía y el cine, principalmente, tiene profundas raíces y ha forjado una rica y diversa tradición. No obstante, la reflexión teórica y la instrucción formal se han visto rezagadas. La antropología visual, en tanto disciplina académica, es relativamente joven; hace no más de 20 años comenzaron a impartirse los primeros cursos y diplomados en algunas universidades y centros de investigación. Apenas una década atrás se fundaron los primeros laboratorios de antropología visual en algunas universidades, mismos que aun ocupan una posición marginal en la estructura académica y han permanecido relativamente aislados. Sin embargo, en los últimos años ha comenzado a generarse una mayor interacción y una creciente sinergia entre las distintas iniciativas académicas; poco a poco se extienden las redes de intercambio y circulación de imágenes, experiencias y conocimientos a nivel local, regional, nacional y transnacional. Asimismo, ha crecido considerablemente la cantidad de producciones audiovisuales de corte antropológico realizadas fuera del ámbito académico. Pero aun resulta una asignatura pendiente explorar a profundidad los orígenes, el desarrollo, el estado actual y los nuevos horizontes de la antropología visual en México, y desarrollar más amplia y sistemáticamente reflexiones antropológicas sobre la imagen y cultura audiovisual mexicana contemporánea.

Hablar de cine antropológico o etnográfico hoy en día, en un contexto como el mexicano, puede abarcar una amplia variedad de géneros y tipos de películas: desde el registro audiovisual con fines meramente académicos, pasando por la creación documental que emplea técnicas de investigación etnográfica, hasta películas de ficción que abordan temas de interés para la antropología. El cine etnográfico contemporáneo poco a poco se ha consolidado como un campo muy fecundo dentro de los circuitos del cine contemporáneo, ya sea documental, independiente o experimental. En sus nuevas tendencias se diluyen las fronteras tradicionales entre la ficción y el documental, adoptando una rica variedad de recursos, estilos y géneros: desde el documental clásico expositivo, el video-diario y las narrativas auto reflexivas, hasta los ensayos fílmicos experimentales y las etnoficciones más vanguardistas.

¿Entonces cómo podemos entender este cine etnográfico, por qué es importante reconocerlo, estudiarlo y practicarlo? En vez de buscar definiciones, considero más productivo preguntarnos en qué sentidos podemos decir que una película se considera etnográfica o antropológica. Para empezar, puede decirse a muy grandes rasgos que el cine etnográfico es aquel que propicia diálogos entre culturas, que capta rasgos y características de un grupo social, y los reproduce ante comunidades distintas. Se trata de un cine de encuentros interculturales, que surge de un proceso de descubrimiento compartido, que en el fondo siempre nos conduce a cuestionarnos en torno a la identidad, la alteridad y la diversidad cultural.

El cine etnográfico contemporáneo en México, al igual que en otros países latinoamericanos, ha seguido experimentando y reinventándose a sí mismo en la última década, sobre todo a partir de la noción de colaboración. En sintonía con las nuevas corrientes del pensamiento antropológico, en nuestra tradición de cine etnográfico han surgido cada vez más películas que ya no son hechas únicamente desde la perspectiva de los antropólogos/documentalistas, sino que incorporan de muy distintas maneras las voces, las miradas, las ideas y la perspectiva de los otros, comparten con ellos la autoría como co-realizadores del filme.

La colaboración puede adoptar muchas distintas modalidades y actuar en diferentes niveles. Pero en casi todos los casos se rompe con la asimetría que suele imponerse en la antropología y la mirada etnográfica, y se genera un verdadero conocimiento compartido, horizontal, tejido a partir de los encuentros e intercambios interculturales entre todas las partes involucradas. Estas estrategias colaborativas han recibido distintos nombres en el mundo de habla hispana, dependiendo del contexto y de sus características particulares; se les ha llamado cine indígena, video comunitario, películas participativas, o se han referido como transferencia o apropiación de medios, prácticas de auto-representación, producción audiovisual compartida o antropología visual aplicada.

Un aspecto imprescindible del documental colaborativo es su naturaleza comunitaria, su carácter de práctica colectiva, de acción concertada que genera sinergia y reciprocidad, que refuerza los lazos comunitarios y regenera el tejido social. Lejos del entretenimiento propio del cine comercial y las pretensiones artísticas del cine de autor, el cine colaborativo cumple una función casi ritual, se trata de una experiencia colectiva, un fenómeno compartido que produce comunión y complicidad entre los realizadores, los personajes y el público.

Definitivamente, la antropología visual y el cine etnográfico contemporáneo, particularmente aquel hecho en México y en Latinoamérica –que se distingue del europeo y norteamericano por ser más libre, comprometido, políticamente incorrecto y contra hegemónico–, constituye un espacio de posibilidades, de encuentros y desencuentros interculturales, que deja abierto un rango enorme de alternativas y oportunidades para interactuar a partir de y a través de las imágenes. El encuentro con el otro y la imaginación antropológica necesaria para comprender su perspectiva, constituyen una compleja experiencia etnográfica y estética, donde la imagen representa un terreno fértil para la libertad de expresión, abre nuevos horizontes para la creatividad y el conocimiento, promueve el ejercicio de la memoria y la imaginación, ofrece una vía para la comunicación y la compresión entre diferentes culturas.