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La apuesta por la “interculturalidad”

Lizeth Pérez Cárdenas

Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

 

El concepto de cultura es uno de los bienes en mayor circulación dentro de la antropología y las ciencias sociales; sin embargo, no son estas las únicas disciplinas que lo han utilizado para definir su campo de estudio, métodos y aproximaciones teóricas. Actualmente nos encontramos frente a una efervescencia conceptual y comúnmente, la cultura es utilizada como sustantivo y adjetivo, además de estar revestida por connotaciones analíticas, políticas y discursivas.

Indagar en los cruces y aproximaciones de la interculturalidad permite comprender de forma sistemática la cultura. Y cuando hablamos de pueblos indígenas nos posibilita visualizar los escenarios y sus transformaciones, dejando de lado nociones que insisten en ver a estos grupos como entes homogéneos. Hoy más que nunca nos encontramos inmersos en procesos atravesados por el constante contacto y apropiaciones mutuas, lo cual nos obliga a re plantearnos ¿a qué cultura(s) nos referimos? En estos escenarios donde los cruces, diálogos y negociaciones entre los denominados pueblos indígenas, la sociedad nacional y los espacios globales confluyen, es importante reflexionar en torno al concepto de interculturalidad, mirando más allá de sus usos políticos y movilizadores, con la finalidad de comprender las interacciones de los grupos sociales en su complejidad, sin olvidar las permanentes relaciones entre lo global y lo local.

En 1949 el antropólogo Alfred Kroeber planteaba el concepto de aculturación y el problema que la asimilación representaba, lo cual permitió reconocer que las culturas siempre han estado en contacto y los intercambios han sido parte de los múltiples modos en que se configura la cultura.[1] Por lo cual, ante los nuevos procesos y flujos de símbolos resulta necesario repensar la cultura desde su complejidad, entendiéndola como un sistema de significados,[2] inmersa en un tráfico constante de contenidos.

Históricamente América Latina ha sido un territorio caracterizado por el contacto, por la confluencia de diferentes grupos sociales y una importante multiplicidad de préstamos sociales y culturales, los cuales han permitido el desarrollo de sociedades diversas. En este escenario, el multiculturalismo llegó desde el norte global sin problematizar las especificidades y disputas que se dan entre las culturas, suponiendo una permanente armonía que se tradujo en un crisol de posibilidades y en un listado de las diferencias que podían ser mostradas.

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Fotografía tomada por Lizeth Pérez en julio de 2011, Altamirano, Chiapas

Una de las principales debilidades del multiculturalismo en el caso latinoamericano fue no problematizar las raíces estructurales de la desigualdad. Para Catherine Walsh, la multiculturalidad “es más que todo descriptiva y se refiere a la multiplicidad de culturas que existen dentro de una sociedad sin que necesariamente tengan una relación entre ellas”.[3] Posiblemente este modelo fue útil para el contexto canadiense y estadounidense; sin embargo, cuando hablamos de las complejas relaciones que existen en los territorios latinoamericanos, nos enfrentamos a una serie de retos y encrucijadas sentadas sobre las bases de desigualdades estructurales que atraviesan al conjunto social.

En América Latina el pluralismo fue la forma que adoptó el multiculturalismo, lo cual contribuyó a visibilizar grupos discriminados al interior de los contextos nacionales. Por ejemplo, esta perspectiva representó un reconocimiento de la diversidad en términos de enriquecimiento y abono a las culturas hegemónicas nacionales, sin cuestionar a profundidad las estructuras de poder. Su contribución se centró en la toma de conciencia del carácter pluricultural de los Estados- Nacionales, la defensa del derecho a la diversidad y la búsqueda de diseños institucionales.[4] Por ello, y ante la creciente coexistencia de múltiples contenidos, símbolos y significados, es preciso pensarnos nuevas formas de entender la cultura y retornar al concepto de interculturalidad.

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Fotografía tomada por Lizeth Pérez en julio de 2009, San Ildefonso Tultepec, Amealco de Bonfil, Querétaro

Si bien, la interculturalidad se ha visto asociada a programas y modelos educativos, sobre todo de educación bilingüe e indígena, en los últimos años la discusión se ha extendido a la filosofía y las ciencias sociales. Por ejemplo, para Néstor García Canclini la interculturalidad “implica que los diferentes son lo que son en relaciones de negociación, conflicto y préstamos recíprocos”.[5] Estamos frente a una reconfiguración que parte del intercambio y la circulación de significados, en donde el conflicto se configura como unos de los elementos que permite el amalgamamiento social, tomando en cuenta que las culturas no son homogéneas y que también dentro y fuera de ellas existen disputas.

Actualmente nos enfrentamos a poblaciones caracterizadas por intercambios, préstamos y contactos culturales que dan nuevo sentido y reconfiguran las prácticas sociales. Al respecto, Walsh señala que la interculturalidad “(…) busca desarrollar una interrelación que parte del conflicto inherente en las asimetrías sociales, económicas, políticas y del poder. Se trata, en cambio, de impulsar activamente procesos de intercambio que permitan construir espacios de encuentro”.[6]

La propuesta de apostar por la interculturalidad busca romper con la óptica dominante de una cultura anclada a una nación, trata de visualizar las diferentes expresiones culturales en sus limitaciones y dificultades, más allá de los usos y costumbres, incluyendo el impacto de las nuevas tecnologías y la globalización. Ante los nuevos retos de la diversidad, la complejidad de las estructuras sociales, las transformaciones, así como los intercambios que son producto del tráfico de significados, es importante desprendernos de nociones esencialistas que ven a los pueblos indígenas como entes auto contenidos y comenzar a entender su actuar en relación con el espacio global y local. Por lo cual es imperativo entender las culturas en sus complejidades, frente a sus límites y diálogos, en un ir y venir de elementos simbólicos y significados, por dentro y fuera de las fronteras instauradas.

[1] Alfred L. Kroeber. Anthropology. Race, Language, Culture, Psychology, Prehistory. Nueva York: Harcourt, Brace and Company, 1948, 425-432.

[2] Clifford Geertz. Conocimiento local. Barcelona-Buenos Aires: Paidós, 1994.

[3] Catherine Walsh. “Interculturalidad, conocimientos y decolonialidad”. Signo y Pensamiento, Vol. XXIV, núm. 46, enero-junio, 45 (39-50).

[4] Luis Reygadas. “La desigualdad después del (multi)culturalismo”. En ¿A dónde va la antropología? Coordinado por Angela Giglia, Carlos Garma y Ana Paula de Teresa, 341-364. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2007.

[5] Néstor García Canclini. Diferentes, desiguales y desconectados. México: Gedisa, 2005, 15 (también ver capítulos 1 y 2).

[6] Catherine Walsh. “Interculturalidad, conocimientos y decolonialidad”. Signo y Pensamiento, Vol. XXIV, núm. 46, enero-junio, 45 (39-50).