La construcción social de la diferencia para la investigación antropológica sobre etnicidad, raza, género y clase #AnthroDay

En esta reflexión se reconocen los aportes de la propuesta de la interseccionalidad, generada en los debates feministas para abordar la convergencia y la interacción dinámica entre diferentes tipos de desigualdad, en especial las de etnicidad, raza, género y clase, que interaccionan en un mismo sujeto social. Sin duda han sido de gran relevancia los trabajos de reflexión y los estudios de caso que muestran  la necesidad de: analizar en un mismo sujeto  las dimensiones micro y macrosociales de la desigualdad; de desnaturalizar las categorías, como las de raza, género y clase, para dotarlas de contenidos históricos y contextuales en la diversidad de situaciones en que éstas se generan y articulan dinámicamente; de atender los ámbitos estructurales, políticos y simbólicos de la desigualdad; así como de atender a la multiplicidad de identidades colectivas presentes en las mujeres, para poner de manifiesto las desigualdades estructurales asociadas a cada tipo de  pertenencia y la forma peculiar que en cada caso adquieren las relaciones de poder. En cambio, no se comparten las visiones de quienes  plantean el enlace etnicidad-género-raza-clase como matriz única y unidireccional de la desigualdad (en singular), que con cierta generalidad  se señala como exclusiva para un género (las mujeres), y que se busca de antemano en los grupos sociales, creando una suerte de universalidad, o de esencialismo, que no requiere comprobación. Parto entonces de  reconocer los aportes sustantivos de la intersecionalidad, para pasar luego a hacer una propuesta de cómo abordar en la investigación antropológica las diversas desigualdades que pueden estar en interacción en un mismo sujeto social, partiendo para ello del análisis de los procesos mismos de construcción de la diferencia que las sustenta y justifica.

Mi propuesta es señalar que atrás de las categorías de etnicidad, género, raza y clase, entre muchas otras, se encuentra la construcción social de la diferencia (Giménez, 2009), que en cada contexto y momento histórico dota a éstas de contenidos  específicos, y las hace coincidir e interactuar en un mismo sujeto social, pero no siempre ni de forma única. La tesis de la que parto es que atender cómo se construye  la diferencia contribuye a desmontar las cualidades de naturalidad y objetividad que en general se le concede a ésta, siendo por ello un mecanismo fundamental de la reproducción de la desigualdad al ocultar los procesos de construcción, tanto de la diferencia como de la forma cómo se construyen y actualizan las categorías de etnia,  raza, género y clase, entre muchas otras. Tal perspectiva, que pluraliza la desigualdad, que la desdobla en múltiples desigualdades (no siempre coincidentes ni compatibles unas con otras, ni en un mismo sujeto, ni en un mismo espacio y momento histórico)  implica, por una parte, considerar que la diferencia no es un hecho natural sino una construcción social, con dimensiones subjetivas en los individuos  y objetivadas y puestas en acción en las instituciones y las prácticas sociales. Y  por otra, señalar que en ciertas condiciones de tiempo y espacio las diversas formas de desigualdad (las desigualdades) adquieren contenidos específicos, al responder a relaciones sociales y de poder  también particulares;  de modo que éstas pueden coincidir en un mismo sujeto social, interactuando entre sí,  e incluso apoyándose unas en otras, pero también pueden no hacerlo, generando situaciones complejas, en las que hombres,  mujeres y los  demás géneros presentes en un grupo social pueden compartir cierto tipo de desigualdad, y no otros, que pueden ser exclusivos para unos y no para otros. Bajo esta tesis, la construcción de cada tipo de desigualdad, además de sustentarse en condiciones estructurales específicas que condicionan la posición de clase y social de los sujetos, se apoya a su vez en la construcción categorial y discursiva de la diferencia, lo mismo que en las condiciones e instituciones necesarias para su reproducción, lo que incluye prácticas sociales y justificaciones aparentemente evidentes y naturales. Éstas, al llevarse a cabo  en contextos históricos específicos, dotan a cada tipo de  desigualdad, en cada lugar y en cada tiempo, de características particulares, poniéndolas en acción, o no, en interacción dinámica con otras desigualdades.

Al aplicar a la cuestión étnica la tesis de que detrás de cada tipo de desigualdad está la construcción social de la diferencia, vemos que contribuye a resolver el debate sobre qué es lo específico de esa condición; lo que  para muchos autores, se resuelve con una definición tautológica al decir que son étnicos quienes pertenecen a una etnia. Condición que generalmente  derivan de las cualidades intrínsecas del grupo al que se le aplica tal denominación, o sea de su etnicidad, de sus cualidades étnicas. Así, y sin entrar a detalles,  en Europa se ha usado la categoría de etnia (lo étnico) como sinónimo de un pueblo o nación formada por quienes comparten una pertenencia identitaria sobre una base cultural, y remite muchas veces al proceso de construcción de las naciones actuales para explicar cómo múltiples naciones se aglutinaron y subordinaron para crear imaginariamente una pertenencia única a una nación-estado (Balibar, 1991; Anderson, 1997, Hobsbawm, 2000). En América Latina se emplea como sinónimo de pueblos originarios que fueron colonizados y se asocian  a una historicidad anterior a la colonización española, y por tanto a que poseen culturas, organizaciones, territorios e identidades asociadas al mundo prehispánico, aunque están integrados a los estados nacionales latinoamericanos (Bonfil, 1972; Bartolomé, 1997;  Cardoso 1992 y 1998, De la Peña, 1999);  aunque hay también quiénes consideran que lo étnico es una cualidad cultural que identificaría y cohesionaría a cualquier grupo social, por lo que todas las poblaciones unificadas por una cultura, una identidad y una trayectoria sería una etnia, por lo que habría una etnia mestiza (Díaz Polanco, 1995). Mientras que  en Estados Unidos, Canadá y en algunos países europeos se orienta a designar a poblaciones inmigrantes que han sido desterritorializadas, voluntariamente o por la fuerza, lo que les daría ciertas cualidades de comportamiento y apego cultural e identitario a lo que dejaron atrás (Oommen, 1997). Desde una perspectiva constructivista, además, se considera que las poblaciones son susceptibles de ser etnizadas para lo cual se recurre al poder performativo de la  enunciación, la nominación y la categorización  (Poutignat y Streiff-Fenart, 1995) de las poblaciones  a las que se aplica la condición étnica,  y que da cuenta de  la condición de dominación como generadora de etnicidad (Bhabah, 1994).

Desde la perspectiva aquí propuesta lo qué tienen en común los pueblos obligados a pertenecer a una nación, a una nación-estado, con los de procedencia prehispánica en los estados de América Latina y de todos ellos con los inmigrantes África, Asia, India Europa del Este y de China que llegan a Estados Unidos, Canadá  y Europa, (a quienes se les nombra a su vez como  afros, asiáticos, latinos o sudacas)  es que han sido considerados y clasificados desde el poder como étnicos, para dar cuenta de su condición de otredad subordinada/dominada, mediante procesos, generalmente no explícitos, en los que se construye la diferencia —su diferencia— para distinguirlos de las poblaciones hegemónicas de cada región o país (Pérez Ruiz, 2007). Son poblaciones  a las que se les niega el derecho de definirse por sí mismas y que ocupan una posición subordinada (ya sea en lo cultural, lingüístico, religioso y/o social) respecto a las mayorías que detentan el poder para nombrar, clasificar y darle orden a las diferencias sociales, que se  han construido en las acciones histórico-social previa o que se proyectan para construirse (como en el caso de las naciones modernas), ya sea mediante la fuerza  o a través de  instituciones y políticas públicas, entre otras acciones. Para lo cual se usan criterios (únicos a veces y otros imbricados), como los de temporalidad histórica, territorialidad, lingüísticos, culturales, religiosos, de comportamiento o incluso fenotípicos; alentando con éstos últimos la idea de la diferencia racial, de que entre los humanos existen razas, unas mejores y  más evolucionadas que otras. La condición étnica, entonces, expresa la situación de otredad, de subordinación/dominación,  que se le asigna desde el poder a la población clasificadas como étnicas, para establecer su posición inferior en la estructura social y simbólica predominante; aún en los casos en que esas poblaciones puedan tener una posición de clase no necesariamente inferior o la más baja. En este proceso  resaltar o crear la diferencia, y presentarla como un hecho natural es fundamental ya que sobre ella descansa uno de los mecanismos necesarios para su reproducción. Y tal diferencia que puede tener componentes verificables, resignificados o imaginarios, al expresarse y reproducirse mediante prejuicios, estereotipos y una enorme diversidad de prácticas sociales, cobra legitimidad y se vigoriza con su reproducción cotidiana y/o institucionalizada (Pérez Ruiz, 2007).

Un mecanismo similar, de construcción social de la diferencia como sustento de las desigualdades sucede, por tanto, con el empleo de los fenotipos para fundamentar la propuesta de que existen razas, inferiores y superiores (racismo clásico), y  que cada vez más incluye la diferencia cultural (un neoracismo o un racismo cultural) para sostenerse dando lugar a un racismo cultural (Wieviorka, 1992, Balibar, 1991). Llegando a ponerse en acción racismos con ciertas peculiaridades según las regiones y los momentos históricos, aún bajo la demostración biogenética de que las razas no existen, y construyendo imaginarios y discursos sobre las razas y su existencia,  cargados de estereotipos y prejuicios, de gran amplitud e impacto, que sirven de marco para prácticas sociales (Wieviorka, 1992, Bhabah, 1994, Poutignat y Streiff-Fenart, 1995, Butler, 2001). Prácticas que pueden ser cotidianas y/o institucionalizadas, y que pueden sustentarse en discursos académicos o de uso común, lo que configura un racismo teórico o doctrinal y un racismo espontáneo, respectivamente, que según Balibar, se expresan en el ciclo de reciprocidad histórica entre el nacionalismo y el racismo  (Balibar, 1991). En cada caso, se construye y se enfatiza la diferencia para la construcción de la otredad que justifica una posición social desigual y asimétrica, en un marco de relaciones de poder, de exclusiones, y no en pocas ocasiones de dominación, discriminación  y explotación; tal como lo demuestra la base histórica en América Latina que abarca, entre otras relaciones sociales,  la esclavitud, las plantaciones  y las jerarquías socio raciales imbricadas en las relaciones entre indígenas, africanos y Europeos, cuyas identidades han sido racializadas, dando lugar a conceptos e identidades como  las de blancos, negros, indígenas y afrodescendientes, entre otros  (Wade, 2011). De este modo, como explica Balibar (1991) la ideología racial es universalista al hablar de la humanidad, al tiempo que la jerarquiza y excluye a ciertos grupos categorizados al considerarlos ajenos a la civilización, la modernidad y el desarrollo.

En cuanto al  género, su construcción  tampoco escapa de ser una construcción basada en la omisión de ciertas semejanzas y la exaltación de aquello que se considera que es y debe ser diferente, si bien ello sucede de acuerdo al grupo cultural de que se trate; el cual   puede emplear de manera combinada marcadores biológico-sexuales, de socialización y comportamiento, así como los referentes míticos y religiosos que los  explican y justifican. Dicha construcción se expresa en las categorías de género con las que se clasifica, ordena y/o jerarquiza a la población, y que pueden ser opuestas, complementarias, secuenciales o reversibles, entre otras; asignándole a los sujetos posiciones sociales específicas.

Sin adentrarse en detalles, la concepción judeo-cristina que considera que Dios y su hijo son masculinos; y al concebir que  la mujer ha sido  sacada de la costilla de Adán, y al ser señalada como la débil y desobediente al dejarse seducir por la tentación del pecado (Caponi, 1992), ésta ejemplifica la construcción de un tipo de género opuesto y desigual, donde la mujer ocupa un lugar subordinado, independientemente de su posición de clase.

Entre los aymara de Chile, al recurrirse a la investigación del léxico sobre el ciclo vital, se ha encontrado que en este pueblo no se hace distinción de sexo en el feto (Sullu);  en los primeros seis meses de vida y hasta los cuatro años  (Asu wawa y  Wawa) sigue éste sin diferenciarse, y es hasta después de los cuatro años que  el género  empieza a distinguirse llamándoseles Wawa Yuqalla, si son hombres o Wawa Imilla si son mujeres. El género, sin embargo, se consolida hasta los 14 años aproximadamente, cuando son nombrados (en ese mismo orden de hombre o mujer) como  Jisk’a Yucalla Jach’a o Jisk’a Imilla Jach’a.  Hasta que vuelve a perderse la distinción  de género después de la muerte cuando todos son Jiwata Amaya. (Carrasco Gutiérrez y Gavilán Vega, 2014). Según los movimientos de reivindicación de este pueblo, ambos géneros  desempeñan un papel complementario en la sociedad, y no asimétrico, aunque frente a la población de origen español, o criolla, ambos géneros tienen una posición subordinada en lo cultural e identitario.

En México, la existencia de los  muxes como un tercer género entre los zapotecos del Istmo de Tehuantepec en Oaxaca, muestra la posibilidad de una construcción social que se basa en la lectura que hace la madre de las cualidades muxes del niño para socializarlo de manera especial, ya que lo preparará para cumplir con actividades consideradas femeninas en el campo doméstico, religioso y ritual, además de que será quien  se hará cargo de los padres en la vejez. Se trata de un género que no se construye linealmente mediante el ejercicio de la sexualidad, ya que si bien los muxes pueden ser  homosexuales también pueden casarse con una mujer y tener hijos, de modo que transitan a la vez tanto por ámbitos femeninos como masculinos (Miano Barruso, 2002 y  Flores Eseta, 2014). Y este género, si bien puede padecer discriminación y acoso,  no por ello ocupa un lugar como clase social subordinada.

Un caso paradigmático de la naturalización, u ocultamiento  de la construcción social de la diferencia puede ser la justificación de la desigualdad de clase, que recurre a múltiples discursos  sobre la diferencia (cultural, racial, identitaria o de género, entre otras) para ocultar su dimensión estructural de la dominación y la explotación, y desviar la atención hacia otras dimensiones  de la vida social, que estando presentes  no agotan la  explicación de la desigual distribución de recursos en una sociedad y menos de las condiciones de dominación y explotación que unos sectores ejercen sobre otros. Wallerstein (1991), por ejemplo, ha señalado con justeza como el racismo,  el sexismo y la discriminación por edad permiten ampliar o contraer, según las necesidades del momento, el número de individuos disponibles para los cometido económicos peor pagados; hace nacer y recrear permanentemente comunidades sociales que socializan a sus miembros para que puedan desempeñar las funciones que les corresponden según la jerarquía social (aunque también les trasmiten formas de resistencia), y ofrecen una base no meritocrática para justificar la desigualdad. En varios casos la raza y el racismo son la expresión, el motor y la consecuencia de las concentraciones geográficas asociadas a la división axial del trabajo.

Por todo lo anterior, y  como punto clave de esta reflexión, la subordinación/dominación etnia-raza-género-clase no puede establecerse de forma lineal ni mecánica para explicar su existencia obligada en un mismo sujeto social. Por ello, cuáles y cómo convergen e interaccionan unas a favor de otras, de qué forma y  con cuáles contenidos, debe ser materia de investigación, siempre contextual e históricamente situada, para así poder dar cuenta de cómo ciertas desigualdades pueden o no presentarse y articularse dinámicamente en un mismo sujeto social, qué tipo de relaciones sociales expresan, y cómo éstas se justifican y se naturalizan mediante prácticas e instituciones sociales teniendo detrás  la construcción social de la diferencia, que también hay que desnaturalizar.

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